miércoles, 1 de febrero de 2012

Una historia de amor - Apuntes sobre la película "Love" de William Eubank - Por Marcelo Meza



Luego de ver la película Love (2011), escrita y dirigida por William Eubank, su poética y la contundencia de los pensamientos que vierte su obra me dejan pensando. Parte de la premisa de que la naturaleza humana, aunque preciosa y creativa, no ha encontrado la manera de desarrollar sus potencialidades constructivas, sino todo lo contrario, tiende siempre hacia la autodestrucción. Quizás sea una visión negativa del hombre, pero no por eso errada. Se me ocurre que no hay forma de parar a este sujeto post moderno. No hay manera de que pare a descansar y pueda pensar y pensarse, su calidad de vida, sus metódicas maneras de excusar su conducta, su condición humana enajenada por esquivas y débiles mecanismos de defensa. En esa vorágine atolondrada, que un sistema mundial se ha encargado de lastimar la más simple de las corduras —manipulando voluntades—, a ser día tras día unos autómatas, obedientes, esclavos clase A, nos han diseñado operarios consumistas de un plan que va en una sola dirección: hacia la destrucción de lo que nos mantiene vivos. Pero de estas cosas no habla la película, esto lo agrego yo, que no acabo de descubrir nada, ya es cultura antigua, solo repito lo súper obvio, pero que en estos días parece arder en los oídos y en las mentes de mis coterráqueos, por molestia o por sarcasmo. Cuando la premisa es “seguir adelante”, “hacer y hacer”,  “no parar”, “el tiempo es oro”, “no tengo tiempo”, entonces,  ¿cómo detener a este sujeto? Con enfermedad, se me ocurre o con aislamiento. Pero si se procurara un plan de bienestar tal, solo sería posible a través de la violencia o del engaño. En V de vendetta se juegan estas cartas, un modismo
neoanarquista, en donde concluye —el hombre de la máscara—, que hay que destruirlo todo y dar de nuevo. Pero su aparente discípula-enamorada no comprende el alcance de sus planes y entonces él le propone con engaño y con violencia volverla víctima necesaria para que pueda vivir en la sangre de la propia experiencia de qué se trata tocar fondo, el dolor descarnado, la muerte en los dedos, como en la soledad de una cárcel y en la soledad de todas las soledades rayanas a la muerte, podría despojarse uno de lo inútil y revestirse por poco tiempo de lo inverosímil. Un juego peligroso que rescata al hombre de sus mismas garras y lo limpia de la verdadera esclavitud. Pero este nuevo anarquista no tiene tiempo para provocar ese camino platónico a todos los mortales y recurre a sus viejas armas: la destrucción total, y total significa morir él mismo, porque está contaminado del viejo mundo de la esclavitud. Muchos creen que exagero, digo que es probable que los que digan esto se encuentren apoltronados detrás de las políticas de turno o al amparo de gracias económicas o simplemente al ser ovejas subordinadas al confort de este tiempo, que por cierto, es groseramente ampuloso. Cabe la reflexión de que en tanto que no nos consideremos esclavos, entonces, despojémonos de la tecnología de la silla, de la mesa, del tenedor y de todo lo electrónico incluso de la energía eléctrica. No podemos. Muchos leerán estas palabras como locura, admito su crudeza, solo me interesa hacer un alto para pensar y pensarnos. ¿No podemos dejarlo todo? ¿No podemos parar? Definamos “esclavitud” entonces. El punto en cuestión es que nos hemos acostumbrado a que la vida sea así, sin cuestionarla, sin pensarla, sin contradecirla. La aceptamos con suma obediencia, luego nos sentimos rebeldes porque desoímos minúsculas cuestiones a nuestros padres. No podemos parar. En esta sociedad líquida parar es morir. No renovarse es morir, estar fuera del sistema de consumo es muerte rápida. Porque no se trata de consumir productos enamorados del tacho de basura, no solo eso, sino que nos hemos transformado en mercancía, en material de venta, de consumo. Ojalá el con-su-mismo fuera una vuelta al mundo interno de cada uno, sería el verdadero paso de la humanidad, la verdadera conquista de un nuevo planeta. No podemos parar. Quizás nadie quiera, ¿con qué objeto? El protagonista de esta película Love se encuentra atrapado en el espacio, en la nave-ciudad internacional. En el aislamiento y en la soledad el espacio. Solo lo acompañan grabaciones de personas que dialogan, recuerdos. La verdadera conexión del hombre con el hombre. Este es el auténtico mensaje de amor que nos propone William Eubank, lo más valioso de la humanidad son esas conexiones persona a persona, conexiones que son relación. Sin eso deviene la locura y el fin de todo lo valioso.
Pero, ¿a quién le interesan estas reflexiones? ¿Al exitoso? ¿Al feliz?

Pienso, de qué manera paramos a este sujeto y lo invitamos a reflexionar sobre lo valores humanos, la necesidad de estar conectados con las demás personas, los afectos, la amistad, el amor. ¿Cómo lograr que pare sin violencia y sin engaño? Es como si necesitáramos del recurso “Deux ex machina” que usaban los dramaturgos griegos. Consistía en agregar en forma extraordinaria al final de la obra la intervención de lo fantástico de manera arbitraria para resolver todos los conflictos al antojo de su escritor. Esta resolución extraordinaria y caprichosa describe nuestra condición humana, queremos finales felices, al menos desde nuestro punto de vista. Love es una metáfora del olvido. Si algo valioso hemos perdido es la memoria. Ya dejamos atrás el mundo de la infancia, de la adolescencia, como si se tratara de un error al que hay que sortear, incluso de un virus que enferma la cordura. Nos creemos tan maduros en la madurez, tan superados que vemos aquel tiempo como un escollo bien resuelto. Es probable que muchos lo perciban así y es válido. ¿Cómo paramos a tomar un descanso, una pausa para mejorar la calidad de vida? No podemos.

Eubank toma en serio a la ciencia ficción y la usa como un recurso potente al servicio de la poesía, en función de un nuevo descubrimiento: que no somos nada si estamos solos. Ya el gran filósofo argentino Jaime Barylko parafraseaba la máxima cartesiana de esta manera: “Ahora debemos decir: Pienso, por lo tanto existes”.  El otro como espejo, como resignificación de que estamos vivos. Y ¿vivos para qué? Deberá ser para algo, como la libertad, como el amor. Esta película es un laberinto que nos confronta con la fragilidad de la condición humana. ¿Cuántas veces, en la complejidad de la vida, en los tantos túneles miserables que terminamos reptando no nos ha sucedido la intervención de un “Deux ex machina”? Papá, mamá o un hermano, o los amigos, o un extraño rescatándonos de nuestros laberintos. Quizás todo esto suene a locura, a panfleto barato de antiguas utopías descafeinadas, puede ser. No más locura que envestirse en el gran comercio de nosotros mismos, bajo la tendenciosa forma del beneficio y el confort. Ojalá sepamos disfrutar el producto de tantas concesiones. ¿Y cuándo parar? Porque todo nos dice que parar es morir, que hay que sacrificarse, que trabajo es salud y dignifica, y que si no cuesta no es trabajo y la gota gorda. ¿Y si nos han engañado?

No había pensado en el título de esta extraña película. ¿Amor? ¿Qué querrá decir esta palabra manoseada y trillada hasta el hartazgo? ¿Será lo mismo el amor de Quevedo que el de Oscar Wilde? ¿El de Goethe que el de el Marques de Sade? ¿A qué amor se refiere? Quizás quiera significar la electricidad que producen las conexiones en cada relación con los otros y con nosotros en la intimidad del ser. Esa energía que nos recorre y nos mejora. Trastorna la razón y el entendimiento y nos eleva a nuevas experiencias meta preceptuales, porque hasta se “desequilibran” los sentidos. Amor de la conexión con el mundo y con nuestro self (uno mismo) ¿Y por qué amor como título? Porque ya no significa nada. ¿Amor y qué más? No nos mueve, solo parece interesarnos lo que cambia, lo nuevo, lo fácil, lo rápido, lo líquido. Amor esencia que trasciende y transcurre como el estado de los estados no cotiza en ningún mercado terrestre. Quieren contarnos historias de amor al contado, directas, sangre y arena, el dolor de saberse vivos para algo, locura de la mente y de los cálculos que no cierran. Encadenados a la sombra de una cueva, atados al palo mayor con los oídos acerados, encerrados en el lenguaje ajeno de un país extraño, sobornado por la vejez y la petrificación de los huesos, así y solo así sabemos parar. Parar para ver mejor, para resignificar los olores, el ahora mismo, los otros que nos permiten existir. Colisionan estas personas constantemente con nuestra vida y lo absorbemos con malicia, como una amenaza, pero eran oportunidades, brillantes puntos de encuentro. Nos hemos acostumbrado a borrar esos accidentes. Nos instruyeron para ver adelante y no a los costados. 

Se me ocurre que la fina y delicada conexión que tenemos con los otros es lo que nos salva de creernos dioses, y quizás lo seamos, y tal vez el universo se postre a nuestros pies. Pienso que, antes de todo eso, es necesario volverse a las emociones, al mundo interior, que es la única versión que entendemos de nosotros mismos. Que curioso, siempre estuvo ahí.
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Marcelo Meza - 2012

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