El Flaco
Me dicen las hojas que van al viento que el Duende, el Mago de esta música argenta cósmica se ha ido. Y promete que se quedará o se irá, según se le antoje al alma sensible del flaco, que es un Luis y que también es un Spinetta. Adónde se va me importa poco, espero, sí, que no haya olvidado el banderín del River Plate de sus amores, ni el mate amargo, a toda velocidad en la nave del capitán Beto. ¿Y a quién le cuento esta tristeza nueva?
¿A quién le lloro este dolor blando y duro a la vez? Que se complota con rabia y risa y lágrimas, porque lo amamos tanto como a un amigo hermanado, como a un maestro papá elegido de grande, maestro de guardapolvo blanco que nos indica la vida por entre las piernas de la poesía.
¿Y qué será de mí, de mis oscuridades musicales, de mis sombras perplejas que no asoman a tus séptimas atómicas?
Yo que fui y soy el alumnito del fondo, que te descubrió tarde, en mi vejez de los trece años... Yo, de la vergüenza de luchar contra todo mi cuerpo por verte, porque siempre temí la sospecha de que el día que te viera iba a desaparecer el mundo conocido o despertar de esta vida de magia tuya contagiada en las travesuras que me permitís con tu folclore fantástico y tierno. Yo, él de la sensible envidia jugosa, de no haberte visto nunca de cerca, me perdí. Entonces se me antoja esta envidia elástica a todos tus seguidores de plata. El Negro lo sabía por eso se adelantó. Sí, el Negro Jorgito Alali, sí, el poeta, que te amaba tanto o más que nosotros, y cuando digo nosotros me refiero a Ricardo Alali, Vampirí; y a Jorge Rodríguez, el Chueco. Cada uno te alegra lágrimas de flores, porque nos iluminaste para siempre y no nos pediste más que ser nosotros mismos.
¿A quién le canto esta baguala líquida, si ya no escuchan más que fósiles moribundos?
¿Estoy solo en este dolor, en esta ausencia? Porque mi hambre poético viseral y mi sed de amor a tu música y al idioma que se hace lenguaje no cesa, no en este tiempo de brumas y silencios temibles. ¿Adónde voy a encajar ahora? ¿En qué planeta?
Me abuenaste Luis Alberto de la luz. Me creciste un surrealismo capaz de atormentar mis más enajenadas miserias.
Gracias a vos comí la poesía del abrazo y del amor que nos iguala.
Dicen las hojas o el viento sur una canción para los días de la vida que se nutre un poquito de nuestra nostalgia, que nuestros aprendizajes te hacen sonreír una vez más con tu gorda sonrisa de niño pilusón.
Gracias por decirme estos misterios populares, por haber estado presente desde antes de toda conciencia mía, conviviendo en el corazón, que me estoy yendo en la tristeza del amor, silbando pa' dentro tu color y tu manera de sentir la vida en tu acorde invisible y perfecto.
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Marcelo Meza - Con cariño - 9 de febrero de 2012
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