miércoles, 13 de diciembre de 2006

NO TENGO TIEMPO II - por Marcelo Meza


NO TENGO TIEMPO II

"No tengo tiempo" se ha dicho y suena a muerte. Porque el tiempo no es tenencia, ni las horas: el merecimiento de nuestro esfuerzo.
“Tiempo” es un regalo y la tarea concibe solo su administración. Si se falla en eso: se falla en todo. En tanto si lo regalado no podemos cuidarlo (y capitalizarlo) (lo mejor de las cronopias) entonces estamos perdidos.
“No tengo tiempo” es una desgracia, una puteada, sin embargo, parece una frase mágica. No lo es. Es veneno porque mata. Esta diciendo que el otro no vale ni siquiera un momento de atención. Al menos una puteada es clara y directa, violenta y desprejuiciada. “No tengo tiempo” es el peor insulto en francés.

El tiempo es inasible, no se lo puede tener. No somos tan dioses como para manipularlo, de lo contrario seríamos eternos o no seríamos. Pero hoy, desde la gran ciudad de Latinoamérica, nace la frase que todo lo determina, que todo lo justifica y que pinta de cuerpo entero a la desgracia en lo que se ha transformado el “hombre Light”. El hombre dietético para nada, o quizás libre de colesterol y de todo lo importante.“No tengo tiempo” es peor que la guillotina inglesa, que la cruz romana, que la cámara de gas nazi y que las malditas guerras de guerrillas. Dije que es peor porque es cobarde, fiel a este tiempo engañoso y confuso. No hay mayor cotización que la mentira disfrazada de engaño. Todos la beben, todos la comen y se les agusanan los labios y la lengua. Caen, caen y no dejan de caer las victimas del "notengotiempismo". Es fruto de seres irresponsables. Es esencia de toda ignorancia. Es cortarle las manos a todas las madres, los pechos a toda doncella y la virginidad a los niños. La muerte tiene como apodo: "No tengo tiempo". Seguro que su diatriba final será: "No hay más tiempo".

Su risa macabra, su carcajada hedionda resonará en los huesos de los que se achicaron los relojes. No es una cuestión de orden, solamente, sino que se trata de un estilo de vida, de una calidad. No se pierde el día de un día para el otro. Es cosa de horas, semanas y años. De a poco se pierde la noción de perspectiva y nos hundimos en la resaca de: "todo es lo mismo". Si todo es igual entonces, nada vale la pena. Por lo tanto, nunca jamás tendré tiempo ni respeto, ni alma ni deseo, ni vida para nada y para nadie.

Puede suponerse que solo se trata de la agresión de una novia molesta, de un marido celoso, de una cuñada en celos o de un padre guardabosque, ya que el "No tener tiempo" presupone "tener tiempo para otros". Malas noticias. "No tengo tiempo" es tan tonto y tan ignorante, que imita al perro enfermo y trastornado, ese que corre mordiéndose la cola. El perro nunca tendrá tiempo y morirá en un intento inútil y frustrante, sin fin. Así es nuestro amigo ocupado, nuestra querida "sin tiempo". No es desorden ni desorganización, ni siquiera será inoperancia su problema. Carece de temperancia y el diccionario es amplio y generoso al respecto. Prefiero el engaño en pleno día, que me provoquen ira, que menosprecien mi persona. La traición a la confianza antes de escupirme: "No tengo tiempo". Porque cada vez que lo dicen con tanta liviandad no solo me matan sino que me están ignorando, le están diciendo al mundo que soy un espejismo y que nunca existí. Por cierto eso es peor que ser asesinado.


El que gana que siga ganando, el se libere que siga libre, el que alcanza que festeje, el que ame: que lo siga haciendo. No hay peor cosa que ser "a medias". Medio basura y medio bondad no significan nada. No se puede ser agua y aceite a la vez. "No tengo tiempo" no es equilibrio: es la tibieza que tiene como fin el vómito de todos.
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Marcelo Meza - febrero de 2005- Derecho reservados© 2006

LA ARGENTINA INSOLENTE - Dr. Mario A.. Rosen



LA ARGENTINA INSOLENTE

En mi casa me enseñaron bien, pero todo estaba mal.

Cuando yo era un niño, en mi casa me enseñaron a honrar dos reglas sagradas:

Regla N° 1: En esta casa las reglas no se discuten.

Regla N° 2: En esta casa se debe respetar a papá y mamá.

Y esta regla se cumplía en ese estricto orden. Una exigencia de mamá, que nadie discutía... Ni siquiera papá. Astuta la vieja, porque así nos mantenía a raya con la simple amenaza: "Ya van a ver cuando llegue papá".

Porque las mamás estaban en su casa. Porque todos los papás salían a trabajar... Porque había trabajo para todos los papás, y todos los papás volvían a su casa. No había que pagar rescate o ir a retirarlos a la morgue. El respeto por la autoridad de papá (desde luego, otorgada y sostenida graciosamente por mi mamá) era razón suficiente para cumplir las reglas.

Usted probablemente dirá que ya desde chiquito yo era un sometido, un cobarde conformista o, si lo prefiere, un pequeño fascista, pero acépteme esto: era muy aliviado saber que uno tenía reglas que respetar. Las reglas me contenían, me ordenaban y me protegían. Me contenían al darme un horizonte para que mi mirada no se perdiera en la nada, me protegían porque podía apoyarme en ellas dado que eran sólidas. Y me ordenaban porque es bueno saber a qué atenerse. De lo contrario, uno tiene la sensación de abismo, abandono y ausencia.

Las reglas a cumplir eran fáciles, claras, memorables y tan reales y consistentes como eran "lavarse las manos antes de sentarse a la mesa" o "escuchar cuando los mayores hablan". Había otro detalle, las mismas personas que me imponían las reglas eran las mismas que las cumplían a rajatabla y se encargaban de que todos los de la casa las cumplieran. No había diferencias. Éramos todos iguales ante la Sagrada Ley Casera. Sin embargo, y no lo dude, muchas veces desafié "las reglas" mediante el sano y excitante proceso de la "travesura" que me permitía acercarme al borde del universo familiar y conocer exactamente los límites. Siempre era descubierto, denunciado y castigado apropiadamente. La travesura y el castigo pertenecían a un mismo sabio proceso que me permitía mantener intacta mi salud mental.

No había culpables sin castigo y no había castigo sin culpables. No me diga, uno así vive en un mundo predecible. El castigo era una salida terapéutica y elegante para todos, pues alejaba el rencor, y trasquilaba a los privilegios. Por lo tanto, las travesuras no eran acumulativas.

Tampoco existía el dos por uno. A tal travesura tal castigo. Nunca me amenazaron con algo que no estuvieran dispuestos y preparados a cumplir. Así fue en mi casa. Y así se suponía que era más allá de la esquina de mi casa. Pero no.

Me enseñaron bien, pero estaba todo mal.

Lenta y dolorosamente comprobé que más allá de la esquina de mi casa había "travesuras" sin "castigo", y una enorme cantidad de "reglas" que no se cumplían, porque el que las cumple es simplemente un estúpido (o un bolu.. si me lo permite).

El mundo al cual me arrojaron sin anestesia estaba patas arriba. Conocí algo que, desde mi ingenuidad adulta (sí, aún sigo siendo un ingenuo), nunca pude digerir, pero siempre me lo tengo que comer: la impunidad. ¿Quiere saber una cosa? En mi casa no había impunidad. En mi casa había justicia, justicia simple, clara, e inmediata. Pero también había piedad.

Le explicaré: Justicia, porque "el que las hace las paga".
Piedad, porque uno cumplía la condena estipulada y era dispensado, y su dignidad quedaba intacta y en pie. Al rincón, por tanto tiempo, y listo. Y ni un minuto más, y ni un minuto menos. Por otra parte, uno tenía la convicción de que sería atrapado tarde o temprano, así que había que pensar muy bien antes de sacar los pies del plato. Las reglas eran claras. Los castigos eran claros. Así fue en mi casa. Y así creí que sería en la vida. Pero me equivoqué.

Hoy debo reconocer que en mi casa de la infancia había algo que hacía la diferencia, y hacía que todo funcionara.

En mi casa había una "Tercera Regla" no escrita y, como todas las reglas no escritas, tenía la fuerza de un precepto sagrado. Esta fue la regla de oro que presidía el comportamiento de mi casa:

Regla N° 3: No sea insolente. Si rompió la regla, acéptelo, hágase responsable. Y haga lo que necesita ser hecho para poner las cosas en su lugar. Ésta es la regla que fue demolida en la sociedad en la que vivo. Eso es lo que nos arruinó. La INSOLENCIA.

Usted puede romper una regla, es su riesgo, pero si alguien le llama la atención, o es atrapado, no sea arrogante e insolente, tenga el coraje de aceptarlo y hacerse responsable .

Pisar el césped, cruzar por la mitad de la cuadra, pasar semáforos en rojo, tirar papeles al piso, tratar de pisar a los peatones, todas son travesuras que se pueden enmendar... a no ser que uno viva en una sociedad plagada de insolentes. La insolencia de romper la regla, sentirse un vivo, e insultar, ultrajar y denigrar al que responsablemente intenta advertirle o hacerla respetar. Así no hay remedio. El mal de los argentinos es la insolencia. La insolencia está compuesta de petulancia, descaro y desvergüenza. La insolencia hace un culto de cuatro principios:

-Pretender saberlo todo
-Tener razón hasta morir
- No escuchar
-Tú me importas, solamente si me sirves.

La insolencia en mi país admite que la gente se muera de hambre y que los niños no tengan salud ni educación. La insolencia en mi país logra que los que no pueden trabajar cobren un subsidio proveniente de los impuestos que pagan los que sí pueden trabajar (muy justo), pero los que no pueden trabajar, al mismo tiempo, cierran los caminos y no dejan trabajar a los que sí pueden trabajar para aportar con sus impuestos a aquéllos que, insolentemente, les impiden trabajar.

Léalo otra vez, porque parece mentira. Así nos vamos a quedar sin trabajo todos. Porque a la insolencia no le importa, es pequeña, ignorante y arrogante. Bueno, y así están las cosas.

Ah, me olvidaba, ¿Las reglas sagradas de mi casa serían las mismas que en la suya? ¿Sí? Qué interesante. ¿Usted sabe que demasiada gente me ha dicho que ésas eran también las reglas en sus casas? Tanta gente me lo confirmó que llegué a la conclusión que somos una inmensa mayoría. Y entonces me pregunto, si somos tantos: ¿Por qué nos acostumbramos tan fácilmente a los atropellos de los insolentes? Yo se lo voy a contestar: PORQUE ES MÁS CÓMODO.

Y uno se acostumbra a cualquier cosa, para no tener que hacerse responsable. Porque hacerse responsable es tomar un compromiso, y comprometerse es aceptar el riesgo de ser rechazado, o criticado. Además, aunque somos una inmensa mayoría, no sirve para nada, ellos son pocos pero muy bien organizados. Sin embargo, yo quiero saber cuántos somos los que estamos dispuestos a respetar estas reglas. Le propongo que hagamos algo para identificarnos entre nosotros.

1. No tire papeles en la calle. Si ve un papel tirado, levántelo y tírelo en un tacho de basura.

2. Si no hay un tacho de basura, llévelo con usted hasta que lo encuentre.

3. Si ve a alguien tirando un papel en la calle, simplemente levántelo usted y cumpla con la regla 1. No va a pasar mucho tiempo en que seamos varios para levantar un mismo papel.

4. Si es peatón, cruce por donde corresponde y respete los semáforos, aunque no pase ningún vehículo, quédese parado y respete la regla.

5. Si es un automovilista respete los semáforos, y respete los derechos del peatón.

6. Si saca a pasear a su perro, levante los desperdicios.

Todo esto parece muy tonto, pero no lo crea, es el único modo de comenzar a desprendernos de nuestra proverbial INSOLENCIA. Yo creo que la insolencia colectiva tiene un solo antídoto, la responsabilidad individual. Creo que la grandeza de una nación comienza por aprender a mantenerla limpia y ordenada. Si todos somos capaces de hacer esto, seremos capaces de hacer cualquier cosa. Porque hay que aprender a hacerlo todos los días. Ése es el desafío. Los insolentes tienen éxito porque son insolentes todos los días, todo el tiempo.

Nuestro país está condenado: O aprende a cargar con la disciplina o cargará siempre con el arrepentimiento. ¿A USTED QUÉ LE PARECE? ¿PODREMOS RECONOCERNOS EN LA CALLE? Espero no haber sido insolente. En ese caso, disculpe.

(¿Sería muy insolente si les pido que lo reenvíen?)

Dr. Mario A.. Rosen

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El Dr. Mario A.. Rosen es médico, educador, escritor, y empresario exitoso. Tiene 63 años. Socio fundador de
    Escuela de Vida, Columbia Training System, y Dr. Rosen & Asociados. Desde hace 15 años coordina grupos de
    entrenamiento en Educación Responsable para el Adulto. Ha coordinado estos cursos en Neuquén, Córdoba,
    Tucumán, Rosario, Santa Fe, Bahía Blanca y en Centro América. Médico residente y Becario en Investigación
    clínica del Consejo Nacional de Residencias Médicas (UBA). Premio Mezzadra de la Facultad de Ciencias
    Médicas al mejor trabajo de investigación (UBA). Concurrió a cursos de perfeccionamiento y actualización en
    conducta humana en EEUU y Europa. Invitado a coordinar cursos de motivación en Amway y Essen Argentina,
    Dealers de Movicom Bellsouth, EPSA, Alico Seguros, Nature, Laboratorios Parke Davis, Melaleuka Argentina, BASF.)