El asco
Hablar con alquiler
Admitamos que la primera vez se ofende por ignorancia;
pero creamos que la segunda
suele ser por villanía. José Ingenieros
Alguien famoso dijo: “Me dan asco”. No llega a insulto directo, pero es una agresión. Si tan sólo fuera un punto de vista, dicho esto, en un ámbito íntimo, entre amigos, charla de bar, de cosa privada, vaya y pase. En cambio, dicho en público, de forma que el pulpo mediático se encargue de reproducir lo dicho hasta el hartazgo, incluso, corregido y aumentado, claro, es otra cosa y grave.
Si a esto le sumamos que quien dice es figura pública, famosa y consagrada del medio artístico, músico y compositor, de cierto nivel intelectual, el mismo que ha dedicado décadas a mejorar y posicionar su nombre y carrera, logrando éxito considerable y mérito indiscutible, con nombre y apellido, de imagen reconocida, entonces, la palabra dicha cobra otra dimensión.
Me dan asco. Como esto es apenas un borrador de ideas y preguntas requiere aclarar algunas tachaduras. ¿Qué es esto de hablar con alquiler? Se ha dicho aquello de hablar con propiedad, cuestión que hoy en día es un desmedido lujo. No se requiere semejante ilustración (ni cerca del antiguo Trivium (1)). Imagino que, así como podemos alquilar un traje o smoking, también podemos alquilar la palabra, para un momento especial. Y se me ocurre que expresarse en público es más que una ocasión ordinaria, porque allí se pone en juego la reputación y respeto del que lleva la voz cantante. La palabra dicha en público, entonces, es un compendio de lo que pensamos, la resignificación resumida en lo que se conoce como opinión.
En este boceto no analizaremos con juicio de valor ni calificaremos con ningún adjetivo los decires ni la conducta de nadie. O sea que no entraremos en el terreno del juzgar. Validar y no valorar. Solamente pensaremos en voz alta las actitudes, re pensando nuestras actitudes argentas. Ya no destacaremos el contenido del mensaje, si es correcto o exagerado, sino, hablaremos sí, del continente de esos contenidos. La política es el arte de endiosar al cómo, del qué estamos más o menos todos de acuerdo. El asunto es que se ha exacerbado tanto la sensualidad del cómo, que nos olvidamos del qué. Es decir, es hacer una fiesta de cumpleaños y olvidarnos por completo del cumpleañero.
La filosofía es una disciplina que piensa todas las demás y se piensa a sí misma. Por lo tanto pensar sobre el pensamiento de otro es filosofar. Y como me han enseñado mis profesores (de filosofía, antropología y sociología), esto, pues, no puede ser un acto aislado, en una lúgubre habitación al lado de una estufa, si no es con otros, hacia afuera, como un Dasein (2). La palabra pública puede ser pensada, como también podemos pensarnos los argentinos (ya entramos en la antesala de la ética) al menos, después de abrir la generosa boca que supimos conseguir y que bien vendría poder pensarla antes de que se desenfrene el maxilar inferior hacia abajo. Claro, muchos dirán (con el mismo fervor que caracteriza estos tiempos de explosiones verbales, que en verdad es un tiempo desprovisto de revoluciones y rebeldías, con ese tono antiguo y maniqueo, casi dogmático de exaltación, como empuñando la “única” verdad), que ya nos han silenciado demasiado las voces, que ha llegado la hora de hablar. Estoy de acuerdo. Pero pensar es un ejercicio conveniente a la hora de expresar ideas subjetivas, ya que se puede herir y mucho, dichas éstas para todos y para nadie. Por supuesto si es que uno pretende ser escuchado y con cierto respeto. Quizás ya nadie pretenda semejante cosa y lo único que importe sea el deliro sagrado ¡gritar, gritar, gritar! O quizás se ha pensado demasiado “la palabra” para causar determinado efecto en la opinión pública (si es que tal cosa existe.)
Me dan asco. Tres cosas me enseñaron mis padres que han funcionado como base vital:
Respeto, dignidad y valor (3). “Con respeto se te abrirán las puertas de la gente”—decía mi vieja. Con la dignidad florece la humanidad misma como condición sine qua non. Y valor, para sostener una idea, un ideal, un pensamiento que nos atraviese el carácter, nuestra bandera, lo que queremos ser y que fortalece los dos principios humanos anteriores. Pienso que sin respeto no sucede la comunicación, es decir, se mata el diálogo por el monólogo. Pero no se trata de hablar solo, cuestión que se ha convenido por locura. Elucubrar es correcto, pero hablar solo parece que no. Quiero pensar que el respeto todavía tiene vigencia entre mis compatriotas. No tiene por qué afectarme de igual manera una que otra “forma” de expresar las cosas, pero no ha sido solo quien dijo lo del asco sino que luego un aluvión de voces se alzaron con más violencia que esas tres palabras originarias, que en realidad son ocho. “Los que votaron a M… me dan asco”.
Veamos lo que dice el diccionario de la Real Academia:
asco.
(De asqueroso).
Respeto, también, como la demarcación del límite de dónde termino yo y dónde empieza el otro. Obligaciones y derechos tenemos como ciudadanos. Una delgada línea separa el mundo privado del público. Todos lidiamos con esto cuando decidimos que íbamos a ser civilizados y vivir en comunidad aceptando las condiciones a tal efecto. El desequilibrio entre estos mundos: yo-los otros, privado-público, obligaciones-derechos —es decir, priorizar uno sobre otro—, produce malestar personal y social. Y lo peor del caso es cuando se diluyen los límites de estos estadios.
¿Se siente asco por naturaleza o por educación?
Quizás provenga de la palabra disgusto. El asco es el fruto de una comprobación empírica basada en un sentido en particular: el gusto. Incluso esta comprobación darwiniana ya ha quedado atrás. Parece que el gusto es una construcción psicológica que representa un rechazo. ¿Hubiera sido más feliz haber dicho disgusto en vez de asco? Y sí, pero son expresiones diferentes. Si la cosa era provocar el objetivo entonces se cumplió con creces. Ha generado una repulsión general. Una chorrera de asquerosos, una legión se asquersoides, y me atrevo a anticipar, sin dejar de sonreír, un asquerotipo.
Me dan asco. Es un texto interesante, por lo breve y provocador. Recordemos el enunciado del pensador Polaco Zygmunt Bauman respecto a este tiempo en que vivimos y al que lo llama modernidad líquida (4), que pertenece a una sociedad de consumidores. La cosificación del objeto. Un ser que tiene precio, es elemento de valor intercambiable y tiene fecha de caducidad. Una forma de vida líquida. Como antítesis del viejo paradigma sólido. Por lo tanto un tiempo puntillista, flashes, el ahora, todo rápido, es la minuta de casi todo, o del casi. Entonces la opinión se reduce en estas tres palabras. Es para el tuiter, para el feisbuc. Texto corto, conciso. No importa el contenido, lo que importa es el formato. El llame ya. Como un latigazo, como una puteada, expeditivo. Debe ser rápido, espontáneo, visceral. Lento y extenso es cosa del abuelo, es la muerte, es quedar fuera de la mecánica sistémica. Da la sensación que todo lo que no es dicho no existe y cuando digo dicho me refiero el publicarlo de alguna forma para que todos se enteren. El poder sabe todas estas cosas. Aquellos presidentes que no se adaptaron al espíritu de época fueron derrocados por masas. El poder juega a la noticia más rápida que la noticia misma. Es como si mi vieja le contara al barrio algo que todavía no pensé.
Parece, por esto, que a nadie se le ocurre cuestionar el qué mientras que el cómo sirva a los intereses del espíritu de época, o más aún, a ciertos intereses personales.
Me dan asco. Ahora todos lo repetirán hasta la enésima potencia. Incluso los que todavía no saben el significado de la palabra asco, igual la repetirán. Lo que importa hoy en día es no quedar afuera. ¿Afuera de qué? No se sabe muy bien de qué, pero por las dudas nos quedamos adentro, adonde todos van, lo mismo que todos hacen. ¿Y el pensamiento? Bien, gracias. Esto me resuena mucho a una etapa del hombre… cuál era… ah, sí, la adolescencia. Una etapa de cambios trascendentales, en donde al menos, existen tres duelos: por el cuerpo de la niñez, por los padres y por la bisexualidad. En cada tema se juega la identidad y la integración, o sea, el ser aceptado, por eso la identificación. Esto se parece mucho a lo que está sucediendo en mi país en el marco de estas discusiones bizantinas (6).
Alquilemos la palabra. Recurramos de buena educación al alquiler para un caso especial. No es necesario tener algo que no vamos a darle un uso diario. Pero en esas ocasiones especiales conviene ser civilizado, no vamos a ir en ojotas al casamiento de mi hermana, bueno, al menos que me dé asco, ella, su novio o ambos. De una manera adecuada para esta cultura que vivimos, reglas preestablecidas si las hay, dice que es apropiado ir al evento vestido de la mejor forma, aunque tengamos que alquilar la ropa. Entonces alquilemos la palabra para el momento que corresponda.
La política de hoy día se parece más a una charla futbolera en donde las pasiones copan la parada y se desmadran las subjetividades por sobre cuestiones de las ideas capitales, la que es oficial y se encuentra en el marco de toda discusión. Es como si no se supiera discutir. Recuerdo ese estilo de charla a las del barrio. Si en medio de cualquiera de esas luchas de poder, para ganar la pulseada y comprobar quién tiene la razón, a alguien se le hubiera ocurrido la desgraciada idea de decir me das asco, seguro que se armaba la trifulca. Deviene la violencia de los puños porque se ha matado a la palabra. Al no haber nada más que decir la violencia no encuentra otro medio que manifestarse con el cuerpo. En Bizancio sucedía lo mismo.
Mi disgusto sin interjección
Ahora doy mi opinión frente a un hecho semejante: no me gusta. Me disgusta ese tipo de manifestaciones agresivas. Contemplo la diferencia como estimulante para crecer, aplaudo todas las voces, necesito la pluralidad. Pero si vamos a discutir que sea con respeto como condición primordial. Si hay diálogo hay construcción. Quizás mi pensamiento sea muy utópico (uy, otra palabra muerta) digo, tal vez, ninguna facción quiera dialogar con la otra sino solo la guerra, ganar, alcanzar la supremacía por la fuerza, por la imposición del poder. Esto también me suena a mala palabra y me trae malos recuerdos. (Ojalá fuera solo la Voluntad de poder Nietzscheano) En psicología moderna pensar es un acto, sentir también.
Acaso, compatriotas civilizados y laicos, ciudadanos con derecho a voto y democráticos, ¿no debiéramos marcar la diferencia a la hora de las oportunidades, demostrando que somos diferentes de los gobiernos de facto? Creo que debiéramos estar felices de vivir en democracia y libertad. Pero si estas palabras también están en tela de juicio, entonces, ¿Qué carancho estamos discutiendo?
El gran ausente es el qué. De tanto comosear nos olvidamos de lo importante. Hay tres formas de participar como ciudadanos (y una subyacente) en este sistema democrático representativo:
1. Votar
- Por el candidato y la idea que nos prepondera.
- Por el peor de los males.
- A suerte y verdad – indecisos.
2. Abtenerse. (según la ley está penado, pero se puede hacer trampa anulando el voto, por ejemplo votando a Mickey o voto cantado)
3. Voto en blanco, que no es precisamente como el punto 2. En realidad es engrosar el poder reinante.
4. Voto castigo. (subyacente de 1) Que se deriva del punto 1. (posible c) Donde admite votar a un contrario con tal de no apoyar el poder vigente.
¿A nadie se le ocurrió que esta elección cuasi mayoritaria se parece más a un voto castigo que a un cambio de principios?
Quizás el punto 1b. sea el que ha ganado y no el 1a. es decir, no se ha votado a la idea de un candidato asqueroso, sino que se ha no votado al que suponía debería ganar, no por falta de méritos, sino por castigo, para decirle algo, un comentario entre líneas. Después de todo eso es la política partidaria, un comentario entre líneas. Es probable que muchos sepan éstas ingenuas cuestiones. ¿Y por qué actúan así? ¿Para pelear? Cuando se ponen en juego los intereses particulares la guerra es inminente. Lo que mueve la historia y la sociedad es la economía. El resto es retórica (5). Es para pensar.
Dar es dar. Nadie puede vivir sin amor. Dale alegría a mi corazón. ¿Quién dijo que todo está perdido?
Creo que tenemos una memoria muy frágil para lo que nos conviene.
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Marcelo Meza - 2011
- Trivium. El trivium (del latín, trivium [tri-: 'tres (veces), triple' y vía: 'camino'], confluencia de tres caminos) se refiere al conjunto de tres de las siete artes liberales relativas a la elocuencia: gramática, retórica y dialéctica (o lógica) típicas de las que se organizaban los estudios formales en la Antigüedad y la Edad Media.
- Dasein. Dasein es un término que en alemán combina las palabras «ser» (sein) y «ahí» (da), significando «existencia» (por ejemplo, en la frase „Ich bin mit meinem Dasein zufrieden“ «Estoy contento con mi existencia»). Es usado por varios filósofos alemanes, como Hegel o Jaspers, pero sobre todo por el filósofo Martin Heidegger para indicar el modo de existir propio del ser humano. El sentido literal de la palabra Da-sein es 'ser-ahí'. Que mas bien sería el estar haciendo algo ahí como expresa el uso del gerundivo en latín. http://es.wikipedia.org/wiki/Dasein
«En toda acción e intención, en todo fin y en todo medio, trata siempre a cada uno - a ti mismo y a los demás- con el respeto que le corresponde por su dignidad y valor como persona»
Todo ser humano tiene dignidad y valor inherentes, solo por su condición básica de ser humano. El valor de los seres humanos difiere del que poseen los objetos que usamos. Las cosas tienen un valor de intercambio. Son reemplazables. Los seres humanos, en cambio, tienen valor ilimitado puesto que, como sujetos dotados de identidad y capaces de elegir, son únicos e irreemplazables.
El respeto al que se refiere este principio no es la misma cosa que se significa cuando uno dice “Ciertamente yo respeto a esta persona”, o “Tienes que hacerte merecedor de mi respeto”. Estas son formas especiales de respeto, similares a la admiración. El principio de respeto supone un respeto general que se debe a todas las personas.
Dado que los seres humanos son libres, en el sentido de que son capaces de efectuar elecciones, deben ser tratados como fines, y no únicamente como meros medios. En otras palabras: los hombres no deben ser utilizados y tratados como objetos. Las cosas pueden manipularse y usarse, pero la capacidad de elegir propia de un ser humano debe ser respetada.
- Modernidad líquida. 1º edición inglés. 2000, Zygmun Bauman, Fondo de Cultura Económica, Bs. As. 2010.
- Retórica. La retórica es la disciplina transversal a distintos campos de conocimiento (ciencia de la literatura, ciencia política, publicidad, periodismo, etc.) que se ocupa de estudiar y de sistematizar procedimientos y técnicas de utilización del lenguaje puestos al servicio de una finalidad persuasiva o estética del mismo, añadida a su finalidad comunicativa.
Históricamente, la retórica tiene su origen en la Grecia clásica, donde se entendía, en palabras de los tratadistas clásicos, como el ars bene dicendi, esto es, la técnica de expresarse de manera adecuada para lograr la persuasión del destinatario (etimológicamente, la palabra es un helenismo que proviene del griego ρητορική [τέχνη], «rhetorikè (téchne)»).
La retórica se configura como un sistema de reglas y recursos que actúan en distintos niveles en la construcción de un discurso. Tales elementos están estrechamente relacionados entre sí y todos ellos repercuten en los distintos ámbitos discursivos.